La esposa de un distinguido caballero de Medina, “muy honesto, rico y honrado” que había desaparecido sin dejar rastro, acudió personalmente a la Reina para pedirle ayuda entre sollozos.
Tras ordenar que se investigase lo sucedido, Isabel averiguó que se tragaba de un homicidio. El autor fue desenmascarado: se trataba del caballero Alvar Yáñez de Lugo, quien, con un notario público como cómplice, había planeado apoderarse de la fortuna de la víctima.
Con tal fin redactó Alvar Yáñez una escritura, en virtud de la cual todos los bienes y hacienda de aquel hombre pasarían a pertenecerle por derecho.
Para elevar la falsa escritura a documento público, el criminal avisó a un notario, el cual, por ligereza o amenazas de Alvar Yáñez, hizo lo que éste le pedía.
Acto seguido, para librarse del perjudicado por la escritura, Alvar Yáñez encargó que lo mataran y lo enterró en el corral de su casa.
Descubierto así por la justicia, el criminal fue condenado muerte en un juicio.
Tratando de salvar la vida, el reo, que era también un hombre rico, ofreció a la Reina “quarenta mil doblas, en oro” para la guerra de Granada.
La oferta pasó al Consejo Real, y hubo consejeros que se mostraron partidarios de aceptarla, amparados en la gran necesidad de dinero para proseguir la reconquista. Pero Isabel no lo consintió: rechazó la oferta, “prefiriendo la justicia a la pecunia”, al decir de Lucio Marineo Sículo.
La sentencia del juez incluía la confiscación de los bienes del condenado, que pasarían a la Hacienda Real.
Pero la Reina, para dejar constancia de la verdadera justicia y “evitar toda nota de avaricia”, no aceptó los bienes confiscados sino que se los cedió a los hijos del caballero despojado y muerto.
El hecho causó gran conmoción en todo el Reino.